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jueves, 18 de agosto de 2016

Irreverente Soledad. / Alejandra Pizarnik. Por Vanina Montes






Índice

Introducción……………………………………………………………….. pág. 3
La vida………………………………………………………………...……pág. 4
Su Obra …………………………………………………………………….pág. 5
Obra completa………………………………………………………………pág. 6
Alejandra decide partir ……………………………………………………..pág. 8
Alejandra sobrevuela (en) mis reflexiones finales………………….………pág. 14
Bibliografía………………………………………………………………….pág.16  






Irreverente Soledad
Alejandra Pizarnik


Por Vanina Montes


Me separé de todos o me marginaron.
Como se trata de todos no puedo designar culpables.
No tengo con quien hablar, y para qué seguir embelleciendo mi casa
si nadie que me interese viene a verme.
Ni siquiera Olga es sensible a esta soledad mortal, puesto que no me llama.
 ¿Qué sucede? ¿Soy yo o son ellos?[1]
Alejandra Pizarnik


Introducción

Es mi intención, en el presente trabajo, rescatar del olvido a una poeta, a una mujer empecinada en romper los límites del lenguaje. Una mujer que no sólo franqueó los umbrales posibles, sino que su vida fue un armar, des-armar y des-armar-se en el lenguaje, “cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo”.
A partir de una lectura selecta de la obra de Alejandra Pizarnik, me aproximo e intento dilucidar una denuncia a la debilidad de todo intento poético, y me dejo hablar por ella  “si digo agua ¿beberé?/ si digo pan ¿comeré?”.
Y me pregunto de qué manera se puede lograr que su nombre aparezca o empiece a suscitarse en los programas de estudios de todos los establecimientos de enseñanza, revivirla en cada lectura y hacerla renacer en cada prosa creada a partir de ésta.
Al des-cubrirla de las penumbras, me des-cubro. Siento, como ella, la angustia que produce la búsqueda incesante, permanente, de encontrarle a cada pensamiento el símbolo correcto. Y a veces, siento también esas ganas desesperadas de “ocultarme en el lenguaje”.




La vida

Alejandra nació el 29 de abril de 1936 en el Hospital Fiorito de la Ciudad de Avellaneda. Fue una luchadora desde su infancia. Algunos la recordarán, por su manera de hablar con acento europeo[2] y su tartamudez, características por las cuales sería estereotipada como distinta.
A los 4 años comenzó el colegio. Su hermana Miryan cuenta que desde chicas leían “porque cuando decían que estaban aburridas, su madre les daba diez centavos para comprarse un libro” [3]. La primaria la realizó en la escuela número 7 de Avellaneda y el secundario en el Normal.
Alejandra era decidida y suelta, descuidada de su estética. Se creía/sentía fea: en su adolescencia el acné y su marcada tendencia a subir de peso, en su cuerpo de baja estatura, afectaba a su autoestima y la autopercepción de su propio cuerpo. La angustia crecía. Desde chica comenzó a ingerir anfetaminas para bajar de peso (en esa época se compraban en la farmacia como hoy las aspirinas), lo cual la conduciría a transitar largos períodos de trastornos del sueño, como euforia e insomnio. Su hermana cuenta que de noche la veía escribiendo en una pequeña libretita.
En 1954 ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Tomó cursos de literatura, periodismo y filosofía. No terminó sus estudios; sin embargo, permaneció como estudiante de la facultad hasta 1957 y paralelamente tomó clases de pintura con Juan Batlle Planas. Fue una ferviente lectora, interesándose también en el inconsciente y el psicoanálisis.
Entre 1960 y 1964 Alejandra vivió en París, ciudad donde realizó trabajos para la revista Cuadernos y algunas editoriales francesas. Publicó poemas y críticas en varios diarios, tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy. También transcribió poemas quechuas y mayas, que había recogido Miguel Ángel Asturias. Esta poesía indígena en general no se conoce porque se buscan los prestigios literarios que vienen de Europa o Estados Unidos. Estudió historia de la religión y literatura francesa en la Sorbona. Allí entabló amistad con Julio Cortázar, Rosa Chacel y Octavio Paz.
Regresó a Buenos Aires en 1964. En 1969 recibió la beca Guggenheim, en Artes, lo que le permitió viajar a Nueva York. En 1971 recibe la Beca Fulbright, Premio Municipal de Poesía.
A partir de esta reconstrucción cronológica, no podemos dejar de reflexionar sobre el contexto socio-histórico en el que vivió Alejandra: “En esos años la mujer era solo ama de casa”[4]. Se observa cómo el hecho de ser mujer y dedicarse a hacer poesía, confrontaban con el machismo y los mandatos patriarcales imperantes en esa época. Aparecen las contradicciones incipientes, esos intentos por encajar, donde nuestra voz interna, sin embargo, nos dice que no está bien encajar.
“¿Por qué no me ubico en un lugarcito tranquilo y me caso y tengo hijos y voy al cine, a una confitería, al teatro? ¿Por qué no acepto esta realidad? ¿Por qué sufro y me martirizo con los espectros de mi fantasía? ¿Por qué insisto en el llamado?”[5]


Su Obra

Alejandra -o La Pizarnik, como luego sería nombrada- era una devota de los manifiestos surrealistas, sus escritores predilectos eran Michaux, Lautréamont, Bataille, Artaud, en su mayoría franceses que representaban el movimiento surrealista de la literatura. Entre sus seguidores en la Argentina se encuentran Enrique Molina y Olga Orozco, de quien fue gran amiga. Y, también, estuvieron presentes los románticos y los neorrománticos (Nerval, Hölderlin, Rilke), con su influencia en la literatura argentina de los años cuarenta hasta los sesenta.
Alejandra era una amante obsesionada del lenguaje. A través de él, buscaba poder expresar lo que contradictoriamente sentía imposible de transmitir,


"Sospecho que lo esencial es indecible”[6]

Hay allí, en ese querer decirlo todo y no poder, una obstinación absoluta en insistir en el destino fundamental del poeta, que ella se formula como una lucha “cuerpo a cuerpo” con el poema.

 “Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.”[7]


La cruenta, sanguinaria y maldita dictadura militar vivida en Argentina intentó silenciar su obra, ya que la misma coincide con este período sombrío para el país, cuando comienzan a perseguir, secuestrar, torturar y asesinar a personas y libertades, no sólo literarias, sino políticas y vitales. A esos personajes nefastos, ella los llamó “los funestos, los dueños del silencio”[8]. Intentaron acallar el escándalo que se encarnaba en una mujer de pequeña clase media, judía, que había ejercido una gran libertad en sus decisiones personales, y cuyos poderes de seducción e inspiración se fundamentaron siempre, ante todo, en su propia, solitaria y fascinante palabra poética.
Recién diez años después de su muerte, en 1982, cuando asomaba la democracia, se editó su primer y único libro de escritos póstumos en la Argentina, Textos de Sombra, editado por Orozco y Becciú. Y aun cuando una nutrida crítica, en general muy positiva, acompañó su trayecto en vida, no parece casual que en la Argentina los artículos más numerosos se hayan publicado recién luego del cese del gobierno militar. Es a partir de los mediados de los ochenta que comienzan a nuclearse, en nuestro país, los escritos en torno a Alejandra.
Ella utilizó el lenguaje, la escritura y la poesía para dejar salir todo ese dolor, esa angustia que desde muy joven la habitó. Escribía desde el desgarro de querer transformar su propio sentir, como si en cada letra dejara un poco de esperanza, como si cada trazo de escritura la habilitara para (poder) despojarse de esa angustia que le representaba crecer y envejecer en soledad.

“Entre otras cosas escribo para que no suceda lo que temo, pero que lo que me hiere no sea, para alejar al Malo. Se ha dicho que el poeta es un gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implica exorcizar, conjurar, y además reparar. Escribir un poema es rearar la herida fundamental, desgarradora. Porque todos estamos heridos.”[9]



Obra completa

·         La tierra más ajena, 1955.
·         La última inocencia, 1956.
·         Las aventuras perdidas, 1958.
·         Árbol de Diana, 1962.
·         Los trabajos y las noches, 1965.
·         Extracción de la piedra de locura, 1968.
·         Nombres y figuras, 1969.
·         Poseídos entre lilas, 1969 (obra de teatro).
·         El infierno musical, 1971.
·         La condesa sangrienta, 1971.
·         Los pequeños cantos, 1971.
·         El deseo de la palabra, 1975.
·         Textos de sombra y últimos poemas, 1982.
·         Zona prohibida, 1982. (Poemas, muchos de ellos borradores de piezas publicadas en Árbol de Diana, y dibujos).
·         Prosa poética, 1987.
·         Poesía completa 1955-1972, 2000.
·         Prosa completa, 2002.
·         Diarios, 2003.


En los títulos de sus escritos encontramos esta permanente lucha por desasirse de una humanidad hipócrita y cínica. Humanidad ésta que mientras señala y encierra al “loco”, al “deforme”, al “enfermo”, a la “anormal”, entre otros parámetros de clasificación interesados y con objetivos específicos sobre la vida (y la muerte) de esos sujetos, construye diversos espacios de encierro (cárceles, neuropsiquiátricos, hospitales) exclusivos para esos y esas que no encajan.
En todo este entramado, hay una simultaneidad de construcciones de diferencias jerárquicas y de distribución de los cuerpos de los sujetos, en ese “poder sobre la vida” en palabras de Michel Foucault[10], poder biopolítico, donde podemos distinguir entre quienes se consideran conocedores del humano y la humana, y quienes habitan la marginalidad del lenguaje, de la expresión, de una libertad imposible de condicionar.



LA DE LOS OJOS ABIERTOS
La vida juega en la plaza
con el ser que nunca fui
y aquí estoy
baila pensamiento
en la cuerda de mi sonrisa
y todos dicen que esto pasó y es
va pasando
va pasando
mi corazón
abre la ventana
vida
aquí estoy
mi vida
mi sola y aterida sangre
percute en el mundo
pero quiero saberme viva
pero no quiero hablar
de la muerte
ni de sus extrañas manos.




Alejandra decide partir

Alejandra era tan obsesiva del lenguaje, de encontrar el adjetivo perfecto, como lo era con sus relaciones. Era muy demandante, necesitaba del cariño y la aprobación de los demás, no se desempeñaba bien en las tareas que la sociedad adjudica al rol de las mujeres, no sabía cocinar, tampoco hacer trámites, solo le interesaba la literatura, leer, escribir, soñar, era nocturna y eso tampoco era bien visto en una mujer. Su obsesión hizo que en esa búsqueda permanente de un nuevo lenguaje, en sus escritos, además de esa belleza poética y gramática, imprimiera una huella imborrable, irreverente, en el modo de hacer literatura y poesía, la de su técnica de escritura.   

“Mis poemas los hago con mucha paciencia. Un poeta no tiene apuro, no debe. Un verso, una línea, la escribo palabra a palabra. Cada palabra la anoto en una tarjeta distinta. Tengo, pues, siete tarjetas, bastantes grandes. Las ubico en mi cama y comienza el trabajo. Voy moviendo las tarjetas como peones de un damero de ajedrez. Con los pies voy tapando las palabras, y así estoy horas y horas y es importante cada espacio. Fumo mucho, desobedezco. Ahora las tarjetas se han ensuciado de tanto taparlas y descubrirlas. Cada vez. Mi cuerpo se revuelve, hago el amor con la poesía, músculo a músculo, tarjeta a tarjeta”.[11]


Desde chiquita, Alejandra le temía a la locura y a la muerte. El 18 de enero 1966, cuando tenía 30 años, fallece su padre de forma repentina. Este episodio le golpea el alma. Y, como escribiría en su diario, le refresca su crecimiento y lo finito de nuestra existencia. Otra vez sentía que la muerte la acechaba. La sensación de que nada tenga real sentido y de que la poesía le sea inútil, la invaden.

“27 de abril
Muerte inacabable, olvido del lenguaje y pérdida de las imágenes. Cómo me gustaría estar lejos de la locura y de la muerte. Vivo por hora, mirando el reloj. ¿Y a quién preguntar? Me faltan ganas de tener ganas. No quiero preguntar a nadie. Apagaron la luz en mí. —No toda puesto que sufro. La muerte de mi padre hizo más real mi muerte. Mi terror de andar y moverme y comer y respirar. Me asfixio yo sola. Sólo tengo paz por la noche cuando leo, olvidada y perdida, lejos de mí y aún del libro que leo. ¿Y la esperanza en la literatura? Aún quedan resabios y sin embargo no sé qué decir ni cómo ni para qué.
El artículo sobre Octavio me enferma. Es demoniaco esto que me hace aceptar hacer artículos.”[12]


Al regresar del último viaje su angustia era casi permanente. En julio de 1971, a sus 35 años, luego de su segundo intento de suicidio queda internada en el Hospital Pirovano. En Buenos Aires, para aquella época, se habían creado internaciones en hospitales generales, razón por la cual no la encerraron en un neuropsiquiátrico (en el Hospital Borda a los casos de suicidios los “trataban con shock eléctricos").
Alejandra, sola y con su obsesiva necesidad del afecto del otro, estando internada en el Pirovano, le envía una carta a su gran amigo Julio Cortázar,


“9 de octubre [1971]
Van cuatro meses que estoy internada en el Pirovano.
Hace cuatro meses intenté morir ingiriendo pastillas.
Hace un mes, quise envenenarme con gas.
Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana.
En cuanto al escribir, sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran.

Decir que me abandonaste sería muy injusto; pero que me abandonaron, y a veces me abandonaron terriblemente, es cierto. KAFKA”[13]




Un año estuvo internada y olvidada, su soledad era intensa, como el don para crear la poesía y la literatura que de sus insomnios nacía. Uno de sus analistas diría “No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado, sé que siempre Alejandra me poetizaba a mí” (León Ostrov). Fueron varios intentos de psicoanálisis con diferentes profesionales, pero ella se hacía amiga de los psicoanalistas. Y ellos no encontraban diagnóstico.

Alejandra luchó toda su vida contra sus miedos, aun cuando los miraba cara a cara. El  25 de septiembre de 1972, a los 36 años, en una salida  transitoria del Hospital se quitó la vida.
Durante su estadía en el Hospital Pirovano escribió este poema, que luego fue mecanografiado y corregido por las mismas manos, de  Alejandra;


Sala de psicopatología
Después de años en Europa
Quiero decir París, Saint-Tropez, Cap
St. Pierre, Provence, Florencia, Siena,
Roma, Capri, Ischia, San Sebastián,
Santillana del Mar, Marbella,
Segovia, Ávila, Santiago,
                   y tanto
                   y tanto
                   por no hablar de New York y el del West Village con ras-
tros de muchachas estranguladas
                  -quiero que me estrangule un negro -dijo
-lo que querés es que te viole -dije (¡oh Sigmund! con
vos se acabaron los hombres del mercado matrimonial que frecuenté
en las mejores playas de Europa)
   y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada,
   y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo,
   aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18,
   persuadiéndome día a día
   de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos des-
tino,
   -una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no
figura en el mapa dice:
-El doctor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo Tengo algo
aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía.
 Nietzsche: "Esta noche tendré una madre o dejaré de ser."
 Strindberg: "El sol, madre, el sol."
 P. Eluard: "Hay que pegar a la madre mientras es joven."
 Sí, señora, la madre es un animal carnívoro que ama la vegetación
lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas, ignorante del sentido
de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a aire,
     pero luego una quiere volver a entrar en esa maldita concha,
     después de haber intentado nacerse sola sacando mi cabeza por mi
útero
     (y como no puede, busco morir y entrar en la pestilente guarida de
la oculta ocultadora cuya función es ocultar)
      hablo de la concha y hablo de la muerte,
      todo es concha, yo he lamido conchas en varios países y sólo sentí
orgullo por mi virtuosismo -la mahtma gandhi del lengüeteo, la Ein-
stein de la mineta, la Reich del lengüetazo, la Reik del abrirse camino
entre pelos como de rabinos desaseados -¡oh el goce de la roña!
      Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al lepro-
so, pero
       ¿se casarían con el leproso?
       Un instante de inmersión en lo bajo y en lo oscuro,
       sí de eso son capaces,
       pero luego viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como
 ustedes:
      -¿Podrías hacer un chiste con todo esto, no?
      Y
       sí,
       aquí en el Pirovano
       hay almas que NO SABEN
       por qué recibieron la visita de las desgracias.
       Pretenden explicaciones lógicas los pobres pobrecitos, quieren que
  la sala -verdadera pocilga- esté muy limpia, porque la roña les da te-
  rror, y el desorden, y la soledad de los días habitados por anti-
  guos fantasmas emigrantes de las maravillosas e ilícitas pasiones de la
  infancia.
       Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala
  llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de
  la mejoría.
  Pero
   ¿qué cosa curar?
  Y ¿por dónde empezar a curar?
  Es verdad que la psicoterapia en su forma exclusivamente verbal es
casi tan bella como el suicidio.
  Se habla.
  Se amuebla el escenario vacío del silencio.
  O, si hay silencio, éste se vuelve mensaje.
  -¿Por qué está callada? ¿En qué piensa?
  No pienso, al menos no ejecuto lo que llaman pensar. Asisto al ina-
gotable fluir del murmullo. A veces -casi siempre- estoy humeda. Soy
una perra, a pesar de Hegel. Quisiera un tipo con una pija así y coger-
me a mí y dármela hasta que acabe viendo curanderos (que sin duda
me la chuparán) a fin de que me exorcisen y me procuren una buena
frigidez.
   Húmeda.
   Concha de corazón de criatura humana,
   corazón que es un pequeño bebé inconsolable,
   "como un niño de pecho he acallado mi alma" (Salmo)
   Ignoro qué hago en la sala 18 salvo honrarla con mi presencia
prestigiosa (si me quisiera un poquito me ayudarían a anularla)
   oh no es que quiera coquetear con la muerte
   yo quiero solamente poner fin a esta agonía que se vuelve ridícula a
fuerza de prolongarse,
  (Ridículamente te han adornado para este mundo -dice una voz
apiadada de mí)
  Y
  Que te encuentres con vos misma -dijo.
  Y yo dije:
  Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma enti-
dad con él tengo que matar al migo para que así se muera el con y, de
de este modo, anulados los contrarios, la dialéctica supliciante finaliza en
la fusión de los contrarios.
  El suicidio determina
  un cuchillo sin hoja
  al que le falta el mango.
  Entonces:
  adiós sujeto y objeto,
  todo se unifica como en otros tiempos, en el jardín de los cuentos
para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales,
  ese jardín es el centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio
vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento de la fusión
y del encuentro,
   fuera del espacio profano en donde el Bien es sinónimo de evolu-
ción de sociedades de consumo,
   y lejos de los enmierdantes simulacros de medir el tiempo median-
te relojes, calendarios y demás objetos hostiles,
   lejos de las ciudades en las que se compran y se vende (oh, en ese jar-
dín para la niña que fui, la pálida alucinada de los suburbios malsanos
por los que erraba del brazo de las sombras: niña, mi querida niña que
no has tenido madre (ni padre, es obvio)
   De modo que arrastré mi culo hasta la sala 18,
   en la que finjo creer que mi enfermedad de lejanía, de separación
de absoluta NO-ALIANZA con Ellos
   -Ellos son todos y yo soy yo-
   finjo, pues, que logro mejorar, finjo creer a estos muchachos de
buena voluntad (¡oh, los buenos sentimientos!) me podrán ayudar,
   pero a veces -a menudo- los recontraputeo desde mis sombras in-
teriores que estos mediquillitos jamás sabrán conocer (la profundidad,
cuanto más profunda, más indecible) y los puteo por que evoco a mi
amado viejo, el Dr. Pichon R., tan hijo de puta como nunca lo será nin-
guno de los mediquitos (tan buenos, hélas!) de esta sala,
   pero mi viejo se me muere y éstos hablan y, lo peor, éstos tienen
cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra) en tanto mi viejo agoniza en la
miseria por no haber sabido ser un mierda práctico, por haber afron-
tado el terrible misterio que es la destrucción de un alma, por haber
hurgado en lo oculto como un pirata -no poco funesto pues las mone-
das de oro del inconsciente llevaban carne de ahorcado, y en un recin-
to lleno de espejos rotos y sal volcada-
   viejo remaldito, especie de aborto pestífero de fantasmas sifilíticos,
cómo te adoro en tu tortuosidad solamente parecida a la mía,
   y cabe decir que siempre desconfié de tu genio (no sos genial; sos
un saqueador y un plagiario) y a la vez te confié,
   oh, es a vos que mi tesoro fue confiado,
   te quiero tanto que mataría a todos estos médicos adolescentes para
darte a beber de su sangre y que vos vivas un minuto, un siglo más,
   (vos, yo, a quienes la vida no nos merece)
   Sala 18
   cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en
ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura continua,
   15 ó 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las
analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,
   porque -oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalíti-
ca se olvidó la llave en algún lado:
   abrir se abre
   pero ¿cómo cerrar la herida?
   El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no resta-
ñan  la herida que supura.
   El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o segura-
mente, le ha causado la vida que nos dan.
   "Cambiar la vida" (Marx)
   "Cambiar el hombre" (Rimbaud)
   Freud:
   "La pequeña A. está embellecida por la desobediencia", (Cartas...)
   Freud: poeta trágico. Demasiado enamorado de la poesía clásica.
Sin duda, muchas claves las extrajo de "los filósofos de la naturaleza",
de "los románticos alemanes" y, sobre todo, de mi amadísimo Lich-
tenberg, el genial físico y matemático que escribía en su Diario cosas
como:
   "Él le había puesto nombre a sus dos pantuflas"
   Algo solo estaba, ¿no?
   (Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)
   Y a Kierkegaard
   Y a Dostoyevski
   Y sobre todo a Kafka
   a quien le paso lo que a mí, si bien él era púdico y casto
   -"¿Qué hice del don del sexo?" -y yo soy una pajera como no exis-
te otra;
   pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:
   se separó
   fue demasiado lejos en la soledad
   y supo -tuvo que saber-
   que de allí no se vuelve
   se alejo -me alejé-
  no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
  sino porque una es extranjera
  una es de otra parte,
  ellos se casan,
  procrean,
  veranean,
  tienen horarios,
  no se asustan por la tenebrosa
  ambigüedad del lenguaje
  (no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)
  El lenguaje
  -yo no puedo más,
  alma mía, pequeña inexistente,
  decidíte;
  te la picás o te quedás,
  pero no me toques así,
  con pavura, con confusión,
  o te vas o te la picás,
  yo, por mi parte, no puedo más.[14]



Alejandra sobrevuela (en) mis reflexiones finales.

A lo largo de la historia humana, y particularmente de la historia contada por occidente, la locura ha sido asociada a diversos modos de estar en el mundo y a diversas características externas de los sujetos sociales. Las concepciones –en tanto construcciones socio históricas- cambian y seguirán cambiando. En este sentido, siguiendo las reflexiones de Foucault -quien describió minuciosamente los diferentes significantes que se le asociaron a la locura durante la edad media y la modernidad europeas-, podemos decir que las concepciones sobre la locura han sufrido radicales transformaciones en lapsos más cortos de tiempo, hablando de años y no de siglos.  Tal es así que a las mujeres históricamente, las (nos) han diagnosticado como locas, histéricas, y hasta de brujas, por ser independientes o tener pensamientos, conocimientos, hábitos y/o prácticas que no eran los esperados por cada contexto heteronormativo

Si pudiera hoy hablar con Alejandra, le hablaría de feminismo. Sé que ella era apartidaria, y hasta algunos conocidos dicen que no le importaba lo que pasaba políticamente. Yo lo dudo. En una carta que le escribe a Julio Cortázar le dice “Empecé a leer Diarios. Te apruebo mucho políticamente. Tu poema de Panorama es grande porque me hizo bien (lo leí en el hospital)”.

Si me encontrara con Alejandra, compartiría con ella mis experiencias en el feminismo, para que entre las dos dejemos de sentirnos solas, para que sepa que somos muchas las que sentimos no encajar. Le contaría que encontramos la manera de transmutar ese dolor, a través de la lucha y la creencia firme de que el mundo se puede trasformar. Hasta intuyo que nos reiríamos al intercambiar sensaciones producidas por las noches de insomnio.
Muchos analistas, literatos-as, entre otros-as, han tomado la obra de Alejandra para visibilizar una y cientos de patologías. Sin embargo, solo veo en Alejandra, en su vida y en su obra, la consecuencia de un sistema de “normalidad” opresor, transversal a los siglos.

Este sistema, infinito, que no quiere cesar su mandato divino, o maldito, de decirnos cómo debe ser el ser (y cómo convivir en un estar siendo). Y no sólo eso, sino cómo debe ser tanto el ser hombre como el ser mujer (si acaso del "deber ser" se trata la existencia).
Y en medio, al costado, abajo o arriba, nada.
Y ahí está siempre la persona, tratando de cumplir correctamente el rol que le toque en cada momento.  El premio o el castigo vendrán inexorablemente del exterior o de lo más profundo de tu ser. De esas voces que a todos, a todas nos hablan cuando estamos a solas.

Cuando se dice que el machismo mata, no se habla solo de los femicidios, sino de las miles de muertes silenciosas y solitarias como la de Alejandra, los textos que no se escribirán, las obras que no se pintarán, los besos, abrazos y caricias que no se darán, las poesías que no se recitarán. El machismo mata lenta y sigilosamente las almas de las poetas (llamadas desmerecidamente poetizas) y con ellas se lleva parte de nuestra cultura emergente.

Qué útil hubieran sido los aportes de Alejandra al feminismo. No sólo crear otro lenguaje, cambiarle el significado a las palabras. Que femenino no sea más sinónimo de debilidad, ni masculino de fuerza. Hoy podría vivir sin culpas su ser mujer, poeta, escritora, amante, porque la cultura cambió. Y no tendría ya, que ocultarse, ni arrepentirse, ni pedir perdón por no casarse.

La voz de Alejandra resuena en mí.

Seguiremos, las vivas, luchando y vibrando al unísono de los ecos de esas voces pizarnikeanas. Y engendraremos la resurrección a través del arte,  como oí decir a mi profesor, Vicente Zito Lema, a quien dedico este trabajo por su poética valentía de aprender enseñando, “El arte como ceremonia de resurrección. El arte como posibilidad humana que resucita la vida de la humanidad”.





Bibliografía y documentación consultada


“Alejandra Pizarnik, Poesía completa (1955-1972)”, Disponible en: http://sergiomansilla.com/revista/descargar/pizarnik__alejandra_-_poesia_completa.pdf (consultado 17/11/2015).

Castro, Edgardo (2008) “Biopolítica: de la soberanía al gobierno”, Revista Latinoamericana de Filosofía V. 34 N. 2. Buenos Aires. Disponible en: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1852-73532008000200001 (Versión online, consultado 17/11/2015).

“Memoria iluminada: Alejandra Pizarnik”, producción audiovisual del Canal Encuentro.
Pizarnik, Alejandra (2003) Diarios. Barcelona. Lumen.




[1] Sábado 28 de marzo de 1970.
[2] Su padre y su madre, de condición judía, habían huído de la Segunda Guerra interimperialista y del nazismo.
[3] Testimonio producido en el marco del documental “Memoria iluminada: Alejandra Pizarnik”, largometraje audiovisual del Canal Encuentro.
[4] Ídem.
[5] Pizarnik, Alejandra (2003). Diarios. Barcelona: Lumen. Pp. 55-56.
[6] Entrevista de Martha Isabel Moia, publicada en “El deseo de la palabra”. Barcelona. Ocnos. 1972.
[7] Pizarnik, Alejandra. Poesía Completa (1955-1972),  “El deseo de la palabra”, pág. 233.
[8] Ídem, Poema; “Anillos de ceniza”, pág. 149.
[9] Entrevista de Martha Isabel Moia, publicada en “El deseo de la palabra”. Barcelona. Ocnos. 1972.
[10] Según Foucault, a partir de la época clásica [europea] (siglos XVII-XVIII), asistimos en Occidente a una profunda transformación de los mecanismos del poder. Junto al antiguo derecho del soberano de hacer morir o dejar vivir surge un poder de hacer vivir o dejar morir. Así, a partir del siglo XVII, el poder se ha organizado en torno de la vida biológica bajo dos formas principales que no son antitéticas, sino que están atravesadas por un plexo de relaciones. Por un lado, las disciplinas (una anatomo-política del cuerpo humano), que tienen como objeto el cuerpo individual, considerado como una máquina. Por otro lado, a partir de mediados del siglo XVIII, una biopolítica de la población, del cuerpo-especie, cuyo objeto será el cuerpo viviente, soporte de los procesos biológicos (nacimiento, mortalidad, salud, duración de la vida).
[11] Correspondencia de A. Pizarnik a León Ostrov (1960-1961).
[12] Pizarnik, Alejandra (2003). Diarios. Barcelona. Lumen.
[13] Pizarnik, Alejandra (2003). Diarios. Barcelona. Lumen.
[14] Alejandra Pizarnik escribió este poema durante su estadía en el Hospital Pirovano. El texto, tal como se reproduce, está mecanografiado y lleva correcciones hechas a mano por la autora. No se había incluido en la edición de 1982 de sus textos póstumos.